Encarni Lozano

 


No es de extrañar que una escultora contemporánea como Encarni Lozano estructure su discurso con el signo "huevo", pues ya sabemos que desde el punto de vista volumétrico el huevo es la perfección misma tanto como plantea serios problemas de realización: en escultura, al huevo o se lo crea desde la nada manipulando la materia o se libera de la misma descubriéndolo, pero nunca se le construye. Son conocidos los concursos de albañilería donde como prueba final se impone construir un huevo con ladrillos, prueba ésta semejante a la de extraer la espada artúrica de la piedra: nadie gana.
La obra de Encarni Lozano es importante a priori por dos motivos; uno, por su adscripción secular, formal, y simbólica que no es simplemente cultural sino ontológica; segundo, porque su mayor arranque de modernidad radica en su única fidelidad a sí misma al utilizar un camino y un signo con tantísima carga semiológica sin partir desde la erudición o las (in)formación rituales. Nunca he conocido a una persona tan verdaderamente agnóstica como ella.
Son de mi raza es un alegato contra la insolidaridad desde la actitud más fría que pueda soportarse, porque Lozano sabe que la visión o el relato del drama nos lleva al dolor, éste a las lágrimas y las lágrimas por fin a la autocomplacencia. Y ella no busca nada de eso, no quiere nuestra palmadita. Su exposición es incómoda en el más preciso sentido del término: no está hecha para ver y tirar. En ella, o encontramos un espejo o no veremos más que piedras y algunas fotocopias.
Encarni Lozano no va a levantar la voz para contarlo. Sabe que la contención es su mejor arma. Por eso, agáchese, que a sus pies alguien sigue muriendo o viviendo sin razón aparente.

Janos Czierpinsky.